esto

Su pitido incesante, su humo con olor a hiel.
Su masacre sin intermitencias, su renuencia a soportar las vías dobles, los caminos que se bifurcan, los rieles rotos.
¿Como tumbarme con descanso, con insolencia, con arrojo?
Como hacerlo si me miras a través de guantes térmicos, si me tocas como a un pingüino embalsamado.
Comienzan a dormirse mis brazos, se extienden como serpientes muertas, pierdo fuerza.
Dejarte atrás o seguir soñando, intentar reunir realidades, fragmentos de un idilio imaginario. Tu fuerza contrapuesta a tu silencio. El miedo confundido con el vértigo.
Ni si quiera he logrado escribir sin comas, como un camino terso, tan suave como el jabón en nuestras piernas, esa espuma que formábamos, que producíamos con los dientes, las salivas y otros auxilios.
Ardiendo seguimos recordando, el sol solo se esconde, desaparece y duerme como tú o como yo. Pero ahí nos veo; enmusgados, frotados, solapados en rostros que se mezclan, entre caras que quisieran renacer vírgenes, libres de huellas, de pistas que traen inscritas la evidencia de los deseos, los proyectos, las mentiras, la puta vida.
Pero vuelves como si no hubiera cansancio, como si los músculos no se nos agarrotaran, como si no nos dolieran hasta las puntas de las pestañas, como si no sangraran nuestros pómulos, nuestras muelas, nuestros huesos grises.
Un tictac, un péndulo, la marea, el pestañeo. Vuelven, todos vuelven. Y la culpable es siempre la memoria- la del cuerpo, la del sabor, la de las manos y los sexos- la que va más allá de las palabras, pasadas las imágenes. No hay olvido sin memoria.