¿Me creerías si te digo que ellas querían volver?
Deseaban volver a sentir sus hombros chocando con los marcos de las puertas, sus rápidas manos levantando los zapatos con que aplastaron las polillas la otra noche, acostarse en el suelo y mirar sus habitaciones desde abajo.
¿Me creerás?
Ellas ansiaban lamer los dulces con los labios vírgenes y rojos, pasarles la lengua suavemente, sin sentir su sabor guiñaban un ojo pálido. Necesitaban el vértigo del otro lado de sus palabras, el silencio que se cuela como sombra en una conversación entre dos desconocidos que se aman.
Quitarse el pelo con las uñas de las manos, sus manos comidas, encueradas, tatuadas de heridas rojas. Comerse un pedazo de piel. Ellas no contemplaban la posibilidad de masticarse las rodillas ni las mejillas. Pero sus dedos no les pertenecían, sus manos siempre eran impulsadas a tocar huidizamente como gusanos. Entonces se las llevaban a la boca, se despielaban, se sangraban. Pero continuaban viviendo; ellas, las vírgenes sangrantes; ¡sus frentes lisas!
¿Me crees?
Anhelaban un retorno, el privilegio de la imaginación que todo lo retrocede. Para ellas el tiempo puede detenerse. No importa la sucesión de hechos, de acontecimientos diarios. En un punto pueden desligarse, desprenderse del goteo de la cronología y sacar boletos para antes.
Entonces por estos días andan todas romanticonas. ¿Sabías que a medianoche se maquillan los párpados? Y salen a pestañear. Sí, se pasean por las calles de barrios que no son sus barrios y pestañean. Compran porquerías pestañando, detienen la micro y pestañean, se despiden con un pestañeo y pestañeando vuelven a casa. Todo bajo el amparo de un púrpura pálido, evanescente escenario de fondo.
¿Aún dudas?
Sin embargo tu escepticismo no es del todo inexplicable. Tú sabes que nunca he logrado ver. A ellas siempre las miré, entonces en todo aquello cuanto logré capturar, siempre estuve yo imbuida, colada. Reconozco, Raúl, me agota ser una infiltrada. Mi anobjetividad me marea de vez en cuando. Como con el alcohol, cuando llego borracha y te beso, te beso tanto como si fueras labio, puro labio y ya.
Pero luego se repite. Vuelvo a ser observadora. Entonces mientras ellas se desvisten yo fumo. Y a medida que el humo insiste delicioso, las vuelvo a mirar. A ellas, las que viven antes, las que son ayer. Y en cada pestañeo la noche se condensa sigilosa frente a sus espejos y ellas danzan y ríen frente a ellos, y se besan todas, a sí mismas, a su imagen bendita, acuosa.
Y así van congelando el tiempo en cubos. ¿Recuerdas como se bifurcaba la calle en que vivíamos? La ruta 6, llegado cierto punto, estiraba dos calles paralelas. En una tu, en la otra yo. Ha pasado tanto tiempo. Seré más gráfica. ¿La letra igriega? Así, así eran nuestras calles y el tiempo de ellas cuando lo congelaban cada noche para salir a pestañear. Por un lado sus cuerpos rotos, la corrupción del devenir invadiendo sus órganos; hacia el otro extremo, ellas, que se besaban en los espejos y que se pasaban las manos por el cuerpo y que chocaban contra los marcos de las puertas y observaban sus habitaciones desde abajo y..
2 comentarios:
"para salir a pestañear"
(aquí una palabra malsonante a falta de cualquier otro sucedáneo admirativo)
:)
me encantoooooooooooooooooooooooooooo, que pestañeen, que se coman las rodillas, que se besen, que tu fumes mientras esto sucede!!!
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