cruce

Hoy me lanzo de tu vientre a mis nacimientos muertos. De vez en cuando todo está preñado de extinción, que no es más que la incertidumbre de un gesto en tu mirada. Un gesto ciego que surge a pesar tuyo, que pasa inadvertido ante tus propios ojos y yo lo capto y lo hago mío, como aquel día.
A veces puedo dar a luz las cosas de otros. Por que los objetos nunca son objetos, nunca nos pertenecen del todo; hacemos nuestras todas esas palabras que no son de nadie y que por serlo vacilan en un territorio ajeno pero familiar, extraño pero apropiable.
La creación toma cuerpo en su errancia, en su venir suspensivo, en su llegada repentina. Al igual como se comete un crimen, un delito que no quiere ser descubierto pero que por su condición de acto está siempre en el peligro del ojo ajeno, del que lo encuentra y grita atestiguando su horror.
Hoy no somos más que rostros tirados al viento, a la luz del día que descubre todas sus líneas y pliegues, que nos deja la piel libre de excusas, tal como vengo, tal como llego y me voy sin decir a Dios.
Y así advienes tú de vez en cuando, como aquel día que yo miraba algun punto sin poder pensar o ensimismarme, sin poder abandonarme o abandonar el mundo de palabras silenciosas que vagaran sin amarres por mi lengua. Allí apareciste tú, habías estado siempre tan cerca, especialmente cerca. Pero nunca nos topamos, nunca entrelazamos un puente entre tu lugar y el mío. Pero de pronto hablas y me miras como cuando se mira una sorpresa, una noticia inesperada. Y nos examinamos, y nos existimos mutuamente. Al cabo de unos minutos todo era retrospectivo, todo era recuerdo muerto y memoria dormida. Pero tal como uno se reconoce, comienza nuevamente por desconocerse y en ese intervalo silencioso, surge algo, florece una sensación libre de palabras. Amanece un espacio de cosas que laten y palpitan como corazones, como órganos, como vísceras. Y ahí nos detuvimos, en lo interno de lo interno; en el borde mismo de aquello que casi casi no existe.
Tú me suplicaste un punto de encuentro, yo no pude dártelo hasta algunos años más tarde; el día en que te vi y dije: no te conozco, te he mirado desde siempre, desde nunca. Hoy vuelo a ti como las mariposas a la tormenta, como las polillas a la oscuridad, como la risa desde mi boca a tu boca.
Y tan absurdo fue todo que nos reímos, nos reímos a carcajadas casi molestas, casi falsas si no fuera por las lágrimas que de pronto nacían de nuestras narices, que chorreaban rojas a borbotones, como desesperadas, infartadas de tanta existencia, de tanta realidad.
Y la realidad se nos plantó delante, desatinada como siempre, con su muro gris e impenetrable. Callamos. Nos saludamos con las manos.
Nos despedimos. El adiós fue lento, tedioso y en un segundo desaparecimos. ¡Adiós!.